Días después apareció Alejandra. Con ella aprendí moralidad.
Alejandra es una de las pocas personas que conozco que siempre hacen lo correcto, caiga quien caiga; es decir, nunca me faltaron horas de juego, pero había ratos y ratos. Cuando Ale decía 'a bañarse', era 'a bañarse', y no había vuelta que darle; y cuando Ale decía 'ordená', era 'ordená'.
Todavía hablo con Ale, para su felicidad está terminando el secundario y vive con el novio y Laila (la hija del novio). Es feliz, creo. Supongo que una persona que me enseñó que las cosas se deben de hacer bien, así las hace; debe de tener resultados positivos.
Sergio (su novio) le dió un ultimatum: o dejaba el trabajo o no se mudaban juntos. Y así fue como Ale nos dejó, pero jamás solas, empezó a trabajar en casa su prima Yanina.
Cuando Yanina empezó a trabajar en casa, tenía 16. Imaginate eso. ¿Qué qué aprendí con ella? Fácil, sexualidad y rebeldía.
No hace falta explicar mucho, lo hago simple ejemplificando un poco. Cuando madre se iba de viaje y nosotras (Cirquerita y yo) caíamos en los brazos Morfeo, ella se iba de parranda a Mambo o Lola (ubicado en La Ferrere) para volver a las siete de la mañana. En la primera semana (y todo el tiempo que estuvo con nosotras) me contó absolutamente todo lo que en su vida amorosa-pasional pasaba, desde la historia con cada uno de sus cuatro candidatos, pasando por cuando lo hizo cornudo a mongo con aurelio, hasta qué noche se había acostado con quién y qué clase de sexo había practicado. Yani podría hacerse la superada, pero placeres no le faltaban seguro.
Después de varios tira y afloja con madre, un embarazo perdido, las disculpas persistentes de Ale por habernos recomendado a alguien como su prima y nosotros a punto de mudarnos, nos dejó.
Nos udamos a lo de mis abuelos y después de una período de seis meses, madre logró juntar la plata para la casa que quería comprar. La mudanza iba a hacerse mientras nosotras estuviéramos de vacaciones con padre, y así lo hicieron; pero lo que nos sorprendió a Cirquerita y a mí cuando llegamos, fue la presencia de una nueva mujer, Magdalena.
Con Magda aprendí el arte del aprovechar.
Para explicarme mejor tengo que aclarar que a las muchachas que nos cuidan y hacen labores en nuestra casa siempre las tratamos como de la familia. Pueden usar el teléfono, tienen habitación y baño propio, pueden usar la computadora cuando esté desocupada, comer lo que se les antoje de la heladera, y miles de cosas más siempre y cuando estuviera todo lo pedido y lo básico, hecho.
Magda supo sacar provecho de este beneficio. Llamaba todos los días por teléfono a su país natal (no me acuerdo si era uru o para-guay) como si estuviera llamando al vecino de al lado, se miraba todas las novelitas tirada en los sillones, usaba la pc excesivamente, etc.. Hay que acotar, que no hacía todo lo pedido. En fin... entre pus y pas, madre la echó; pero ella no se iba a ir sin dejarnos souvenir. Al mes siguiente llegó una cuota por $800 pesos de teléfono por llamadas al extranjero. Madre estuvo a punto de ir a buscarla y hacerle limpiar el inodoro con la lengua.
Luego de buscar un poco más, llegó Érika, desde Perú. Ella supo enseñarme tranquilidad. Jamás encontré a alguien tan silencioso como Ika. Ahí sí que no hubo feeling, y no era por no haberlo intentado, porque creo que no hay nadie capaz de entablar más conversación que yo, hablo cual loro estrenando voz. Volviendo al tema, sacando los normales gritos de peleas entre hermanas en las cuales Ika no se metía, la casa era la paz encarnada en madera. Ni un sonido. Ika limpiaba y no nos enterábamos. Ika barría y no nos enterábamos. Ika hiciera lo que hiciera, no nos enterábamos... pero la paz duró poco, porque Ika extrañaba mucho a su familia allá en los campos del Perú, y a pesar de que nosotras le estábamos enseñando a cocinar y demás tareas domésticas, la falta de voluntad pudo más con ella.
Un tiempo después...
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